La cantautora Violeta Parra nos legó en 1966 la canción Gracias a la vida, cuya letra resume el tópico de este blog.
Violeta nació en San Carlos, Chile, en 1917. Murió, con escasamente 49 años en 1967. A pesar de que esta canción es considerada un himno dedicado a la humanidad, su autora se suicidó escasamente un año después de haberla compuesto.
Pareciera paradójico, entonces, dedicar este blog al acto del agradecimiento, y dar como ejemplo esta canción. Veamos por qué…
Tanto el cristianismo, como el budismo, el islamismo, el hinduismo y el judaísmo, consideran la virtud del agradecimiento como un objeto de encomio. En el judaísmo, la gratitud, (Hakarat Hatov) es un valor fundamental que exhorta al individuo a practicarla, así como a agradecer todos los bienes que nos da la vida.
En el cristianismo, damos gracias tanto en la oración de la Gloria, como en la despedida de la misa. El cristiano da gracias a Dios por los beneficios que le da la vida, así como por el perdón de los pecados que brinda Jesucristo.
En el budismo, el agradecimiento es la expresión de un estado de ánimo que permite llegar a una vida plena, y que hace eco de lo que señala Violeta Parra: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto”.
Desde el punto de vista de la ciencia, el agradecimiento, es decir el reconocimiento de todas las cosas de las que el ser humano goza, fomenta un estado de ánimo en el cual se genera la oxitocina, la llamada hormona del amor, ya que ésta se encuentra relacionada con la producción de estados placenteros y sensaciones positivas en todos nosotros.
¿Por qué razón, si el agradecimiento tiene, produce y crea, tantos efectos y beneficios positivos, somos tan malos para dar las gracias?
La respuesta, postulo en este blog, es porque no logramos vivir (o siquiera pernoctar) en el estadio budista del Nirvana, el cual se origina con la supresión de anhelos, deseos, requerimientos, y de demandas de cosas y objetos, sean estas materiales (dinero, posesiones) o emocionales (cumplidos, reconocimientos).
Matthieu Ricard, la persona más feliz del mundo, es un monje budista francés cuyos niveles de felicidad fueron medidos en estudios neurológicos de la Universidad de Wisconsin. Su cerebro mostró un récord de actividad neuronal en el área asociada a la felicidad. Nacido en París y con un doctorado en biología molecular, Ricard abandonó su carrera científica para ordenarse como monje budista en el Tíbet, donde vive, y donde se dedica a la meditación, a la compasión y a la difusión del budismo. Habita una celda muy pequeña, en un monasterio, sin posesiones materiales. Su secreto para llegar a la eudemonía (estado de felicidad) es, en sus palabras: “deshacerte del orgullo, del odio, de la envidia, del resentimiento” así como de lo que yo creo sea lo más dañino en el siglo XXI, el: “Yo me lo merezco todo, así que me lo tienen que dar”.
Nacemos sin nada, y moriremos sin nada. Aún siendo conscientes de ello, somos incapaces de agradecer todo lo que tenemos, por poco que esto sea.
Guatemala se encuentra en el puesto 29, dentro de 155 países, en el índice de felicidad. A pesar de la pobreza de nuestra gente, del analfabetismo, de los retos nutricionales, así como de nuestros amables y ejemplares políticos (nada dados a sufrir el síndrome del ladrillo) somos más felices que los habitantes de los 126 países restantes.
¿Por qué, entonces, no aprender a dar las gracias?
Si creo que me lo merezco, por qué agradecerlo… Es la respuesta a la pregunta anterior.
Aspirando cambiar ese tipo de pensamientos y patrones de conducta, estas son las bienaventuranzas que proponemos en La Pepita editorial:
Si me dan un reconocimiento, aun cuando no sea el que yo deseo (o yo crea me lo tengo merecido y por eso no lo agradezco), dar las gracias.
Si me sonríen en la calle, dar las gracias.
Si me dicen hola, o me dan una caricia inesperada, dar las gracias.
Si hace sol, y hay poco tráfico, dar las gracias. Y si no lo hay, pensar que tuve un poco de tiempo para oír música, o para pensar en lo que tengo que hacer mientras estoy rodeada de carros que no se mueven y dar las gracias (por lo menos tengo carro. Hay mucho guatemalteco que anda a pie o en moto)
Si nuestros políticos no se ponen las pilas, sufren de ladrillismo agudo, no ayudan con la cultura, ni con la falta de ella, y menos con todo lo demás que el país necesita, dar las gracias. Y pensar que podemos tener políticos que sean aún peores.
Si alguien habla mal de mí, me tiene envidia, y me pela, dar las gracias. Eso significa que tienes algún reconocimiento y algo has hecho bien. Así que dar las gracias.
Si el vecino desea lo que tienes y por eso te quiere mal, dar las gracias. Eso implica que tienes algo. Da las gracias.
Cada día que amaneces, da las gracias. Podías no haber amanecido.
Cada noche, da las gracias, por un día más; por tus amigos, por la gente que te quiere y que te apoya; por el arte; por la cultura; por la literatura; por la comida que has consumido; por tu cuerpo, que después de muchos años de uso todavía funciona, aunque con la edad ya esté alguillo desgastado; por el sol, por la magnífica naturaleza de Guatemala y por su gente, que a pesar de todos los retos que tiene, todavía sonríe y es feliz.
Y, para terminar, La Pepita editorial aprovecha este blog para dar las gracias de corazón por todo lo anterior. Además de gracias especiales a Lucy Garavito, a Walter Morán, a Rocío Quiroa, a Ingrid Valenzuela, a Blanca Elizabeth Coroy, a Sharon Estrada, a Silvia Herrera, a Silvia Valenzuela y a Michelle Kummerfeldt por creer y trabajar (o haber trabajado) en un proyecto quijótico, cuyo objetivo es beneficiar a las escritoras guatemaltecas. Con pasitos de hormiga retirada, pero pasito a pasito lograremos mucho…
Gracias a la vida, (Violeta Parra, 1966)
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio dos luceros que cuando los abro
Perfecto distingo lo negro del blanco
Y en el alto cielo su fondo estrellado
Y en las multitudes el hombre que yo amo
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado el sonido y el abecedario
Con él, las palabras que pienso y declaro
Madre, amigo, hermano
Y luz alumbrando la ruta del alma del que estoy amando
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la marcha de mis pies cansados
Con ellos anduve ciudades y charcos
Playas y desiertos, montañas y llanos
Y la casa tuya, tu calle y tu patio
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio el corazón que agita su marco
Cuando miro el fruto del cerebro humano
Cuando miro el bueno tan lejos del malo
Cuando miro el fondo de tus ojos claros
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto
Así yo distingo dicha de quebranto
Los dos materiales que forman mi canto
Y el canto de ustedes que es el mismo canto
Y el canto de todos que es mi propio canto
